martes, 28 de abril de 2009

Corazón de Ciudad

Bajo el ardiente sol de mediodía y con un espíritu libre de prejuicios, nos dirigimos hacia el metro de Medellín esperando ser recibidos por vagones con sobrecupo en su sentido literal, ya que es indiferente la hora en la que sea utilizado el servicio. A pesar de esto, es la muestra de que la “cultura metro” existe y podemos querer y cuidar nuestra ciudad, pues el metro permanece impecable desde su construcción en 1995 aunque transporte miles de personas diarias. Asimismo, nos expone los diferentes contrastes sociales, estratos y culturas urbanas que existen hoy en día en la ciudad.

Nos bajamos en la estación Alpujarra, donde el verdadero Medellín nos abre los brazos. Las voces de nuestros ancestros recorren las calles y los escritores olvidados nos hacen recordar una ciudad antigua donde su labor de periodistas, abogados, escritores y poetas era fundamental, pero quienes ahora son considerados salvadores de obreros, campesinos y analfabetas que los emplean para culminar cualquier gestión. Su sueldo son unas cuantas monedas diarias, que reciben más por necesidad que por admiración. Luego de presenciar los restos del tiempo, nos dedicamos a continuar nuestro camino en búsqueda de esa magia llena de contrastes que alberga la ciudad.

De repente, el tiempo se da la vuelta y nos abruma un paisaje europeo del siglo pasado. La estación del ferrocarril de Antioquia nos recibe con una fuerte brisa y una agradable sombra que contrasta con el incandescente sol y el calor de la ciudad. El aire parece ser más puro, como si el lugar permaneciera estático en el tiempo y los efectos de la contaminación no hubieran llegado aún. De milagro, la publicidad conserva el modelo arquitectónico del lugar y los locales de negocios mantienen los colores adecuados. Ningún rojo, amarillo o naranja nos recuerda qué debemos consumir para ser felices. Parece que toda la vida hubiera sido ese lugar tranquilo, con mesitas de hierro forjado para sentarse a leer o conversar y una fuente armoniosa rodeada de flores rojas con el ferrocarril detrás. Es casi imposible imaginarse cómo hace ochenta años llegaban cientos de personas diarias a ese lugar, creando una analogía a lo que es ahora el metro de la ciudad.

El ferrocarril, construido en 1929 representó un avance muy grande para Antioquia, pues le permitió atravesar su topografía escarpada, sus altas montañas y comunicarse con otras partes del país. Sin que nadie se percatara, aparece don Elkin Álvarez, un Antioqueño conversador, extrovertido y humorista, con una sonrisa encantadora; quien como cualquier abuelo, nos cuenta varias de sus anécdotas en ese lugar. Tres fuertes arrugas en su frente y una piel templada hacen de Elkin el típico campesino paisa, pujante, serio pero con una amabilidad y calidez que muy pocas personas logran alcanzar.

Luego de volver al presente, el pasaje Carabobo nos ratifica que nos encontramos en la era del consumismo. Miles de objetos de diversas formas, colores y olores nos atacan a ambos lados del paisaje. Una venta sin escrúpulos nos ofrece flores plásticas, mp3, brassieres, la mayoría de juguetes plásticos existentes, mango biche y cobijas, por mencionar algunos. Los maniquíes con cirugías plásticas nos invitan a comprar ropa casi al precio de costo, con lo que en otro barrio se compraría a duras penas un par de medias.

Además, el pasaje está colmado de artistas callejeros. Nos topamos con mimos, payasos y malabaristas; con un hombre que, usando papel en la boca, realiza melodías impresionantes y que con una cultura abrumadora nos cuenta sobre su profesión, pidiéndonos amablemente cualquier colaboración. Más adelante, llega a nuestros oídos un contrapunto de guitarras y unas voces algo desafinadas con las que intenta sobrevivir este grupo musical que, a diferencia de Juanes o Shakira, con una ayuda voluntaria por parte de los espectadores le basta para comer y valorar lo que hace.

Generando un fuerte contraste, en Carabobo se encuentra la histórica plaza de Cisneros, vigilada por los edificios Vásquez y Carré. Llegamos a la feria del libro y el paisaje deja de ser barroco para tornarse algo clásico. Algunas estanterías blancas ofrecen obras que van desde los clásicos griegos hasta las más modernas que suelen ser de superación personal a un menor costo que el de las librerías habituales. Aunque la feria solo dura 4 días, es una muestra de la diversidad cultural de la ciudad y del esfuerzo para el incremento intelectual de la población Medellinense.

Poniéndose el sol, un oasis de tiempo en medio de la calle Bolívar hace que nuestra mente se devuelva hasta la juventud de nuestros abuelos. El salón Málaga nos abre las puertas al pasado con sus paredes de madera colmadas de recuerdos materiales, pero dos grandes televisores plasma rompen el hechizo del lugar y hacen que volvamos a la realidad. Este famoso bar de la ciudad se ha conservado por más de cincuenta años, lo que lo convierte en un orgullo ciudadano; allí se respira aire de tango, pero la especialidad gastronómica es el aguardiente. El público no suele tener menos de sesenta años, pero las meseras a duras penas alcanzan los treinta. En el mostrador se encuentra el dueño del salón, quien con una frase como “no sólo amo esta vida, sino que me hace llorar”, nos deja sin palabras. El, a su vez, es quien se encarga de poner la música del lugar y mantenerlo tan acogedor como lo es habitualmente. En la parte de atrás se encuentran las mesas de billar, y toda la parte del frente está ocupada con sillas y mesas de madera. Los cuadros, rockolas y discos son la decoración principal.

De forma mágica nos topamos con su hijo, don Cesar Arteaga, quien especialmente nos invita a presenciar una clase de tango que está a punto de comenzar en la parte baja del salón. La sensualidad del tango y la mirada envuelven el lugar, parejas colombianas pero con corazón argentino se desenvuelven como pez en el agua y entre cruzadas de piernas y bandoneones, el salón Málaga nos despide de nuestro recorrido con los brazos abiertos, seguros de que habrá una próxima ocasión o motivo para visitar el hermoso centro histórico de la ciudad de Medellín.

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