Con la adrenalina corriendo por las venas y los nervios aún notándose, salimos al escenario. Era la última eliminatoria de Antioquia en noviembre del 2007 y teníamos que dar más de lo esperado para pasar a la gran final en Bogotá. Todavía sin creer hasta dónde habíamos llegado, nos invadía una mezcla de vértigo y emoción. Entre guitarras, bajos y baterías, dimos todo de nosotros.
Unos niños de aproximadamente 9 años se robaron gran parte del público por su corta edad y su música pesada, se hacían llamar Black panther y debo aceptar que su nombre era mejor que el de nosotros. Otras bandas muy numerosas, que nos superaban en edad, hacían melodías casi perfectas con una cantidad de instrumentos que me es imposible nombrar.
Todo quedó en silencio. Las demás bandas, junto a nosotros, esperaban el veredicto final. La tensión llenaba el ambiente. Sentí náuseas. De repente se oyó la voz del jurado luego de nombrar a los semifinalistas, que no ganaban nada: “…y finalmente… quien se va para Bogotá es… ¡Grow apart!”
No lo podíamos creer. En ese momento me pareció haber escuchado mal. Pero así era: Vero, Juanca, Zato, Pipe, Lucas, Camilo, Mafe y yo éramos la mejor banda del concurso e íbamos a representar a Antioquia en Bogotá. ¡Ganamos! Ronald, nuestro director, nos abrazó como si fuéramos sus hijos, lleno de orgullo después de tantos meses de trabajo. Por haber creído en nosotros, también fue un gran logro para él. Ahora me pongo a pensar qué fue lo que nos hizo ser los mejores luego de tantas eliminatorias. Tal vez la letra de nuestra canción Utopía por su sentido social o la energía que le imponíamos al tocar, pero probablemente era esa mezcla de metal melódico con voz de coro que nos hacía únicos.
Sólo me bastaba con oír gritar ese extraño nombre: Grow apart, que aunque sonara infantil y algo reprimido, me llenaba de orgullo. Era mi banda, y aunque no éramos Guns n Roses, o Metallica, era la mejor. El significado realmente no era crecer aparte, sino crecer en la música, pero nadie nunca lo entendió. Yo me desempeñaba como guitarrista, junto a Mafe y Pipe.
Manteniendo la sencillez que nos caracterizaba, pero tratados como artistas, nos subimos al avión la semana siguiente, el 2 de noviembre de 2007 rumbo a Bogotá. Nuestros fans: los padres y amigos cercanos, nos acompañaban, ya fuera en carro, en bus, o en avión, pues ninguno se podía perder un acontecimiento de tal magnitud.
En Bogotá nos esperaban los organizadores del evento, algunos representantes de la emisora Los 40 Principales y el patrocinador, Bon Bon Bum. Nos llevaron al Hotel Dann Carlton, donde nos encontramos con bandas y solistas de todo el país, que, injustamente, competían en una misma categoría. Una barranquillera pelirroja, de unos 16 años, nos deleitó con su voz de soprano interpretando “Por ti volaré” de Andrea Bochelli en un ensayo improvisado. Nos llevaba, sin duda, muchos años de trayectoria. Estaba también un dúo de Bogotá compuesto por una cantante que se robó al público por su belleza (incluyendo a los de mi banda) y un guitarrista que la acompañaba. Según pude escuchar, interpretarían Big girls don´t cry, un éxito del momento. También integraba el concurso una banda de niños que sí logró convencer al jurado y Juan Camilo, un joven ciego con una voz impresionante, entre muchos otros.
Esa tarde hacía frío, pero con una chaqueta fue suficiente. Nos llevaron a comer hamburguesa a El Corral, pero sentimos como si fuera el restaurante más elegante de Bogotá. La invitación incluyó a nuestros padres, lo que fue un gran gesto de amplitud por parte del evento. Luego nos llevaron a un programa de tv para jóvenes, del que no recuerdo el nombre, pues era de un canal local que no existe en Medellín. Allí nos preguntaron de qué se trataba el evento, hablamos un poco de moda y como presentadores improvisados, invitamos al público bogotano a que asistiera.
A las 8:00 de la noche, de vuelta en el hotel, nos reunimos en el lobby. Ronald, más como amigo que como director, nos llenó de ánimos. “Somos la mejor banda de Colombia, ustedes lo saben. Sin importar qué ganemos, nadie va a cambiar eso”. Sus palabras nos llenaban de fuerza, nos hacían sentir los mejores. Su experiencia en el ámbito superaba los escasos 24 años que tenía. Para nosotros era la columna vertebral de la banda: nuestro director, arreglista, músico suplente, ingeniero de sonido y más importante, amigo. El único que fue capaz de mantener unidos a ocho estudiantes de 16 años con las personalidades más diversas. Debo agradecer que en ese aspecto, yo era la más neutral.
Esa noche dormí con las mujeres de la banda: Mafe, la guitarrista, que tenía una gran influencia gótica y Vero, la vocalista, que se sentía fuertemente atraída por el rosa. Los hombres estaban en otra habitación, pues por cosas obvias de la cultura y la edad, no debíamos dormir juntos; Sin embargo, para nosotras eran cinco hermanos más. La alarma sonó a las 6:00 de la mañana, y el gran día había llegado. Por primera vez en mi vida no me importó madrugar. Me levanté como si hubiera dormido dos noches seguidas, aunque el cielo, aún oscuro, profesaba un día helado típico de la ciudad. Nos recogerían a las siete para llevarnos a arreglar nuestros equipos, probar el sonido, y todos los requerimientos previos, mientras nuestros familiares y amigos dormían plácidamente esperando al evento que se llevaría a cabo más o menos a las seis de la tarde.
A las 6:55 estábamos todos en el lobby, incluyendo a los demás participantes. Llevábamos una camisa negra con el nombre de la banda, lo que nos hacía ver algo graciosos. El bus nos recogió a las 7:05 para llevarnos finalmente al lugar donde cumpliríamos nuestro sueño: la carpa cabaret del coliseo el campin. La lluvia hizo que todos cayéramos profundos en el bus, y que el viaje de casi una hora, no se sintiera.
La enorme carpa azul, soportada por grandes tubos de hierro, nos esperaba con los brazos abiertos como lo ha hecho con la cantidad de actores, músicos y deportistas famosos que han pasado por allí. El interior tenía una tarima de madera con todo tipo de bafles y cables esperando por nosotros. También había un pequeño camerino, donde debíamos esperar para hacer la prueba de sonido y, además, nos permitía resguardarnos de la fuerte lluvia que caía en ese momento. El camerino era un salón blanco, con algunos espejos, sofás y cojines para hacer más cómoda la estadía. Nos pusieron una manilla de mireya roja, que aún conservo, lo que nos hizo sentir un poco más importantes y yo agradecí porque combinaba perfectamente con mi guitarra roja y blanca.
En el camerino dormimos, conversamos y conocimos a los integrantes de las otras bandas, pero había un problema con el sonido, como es lo habitual, lo que estaba retrasando mucho la prueba. La lluvia amenazaba con tornarse más fuerte, lo que nos preocupaba por la asistencia de la gente. Si no era fácil que alguien asistiera a un evento de bandas y solistas desconocidos, era aún más difícil que lo hiciera con esa fuerte lluvia. Aunque para nosotros, lo más importante era que asistirían nuestros amigos y familiares, que por lo menos se sabían el coro de la canción: “Y ¿qué pasa?, ¿dónde se quedó el amor?, ¿será que una fuerza extraña se ha robado el valor?.. Y ¿qué pasa?, ¿ya no crees en la magia? ¿Has perdido tus sueños, o has perdido tus alas?”
Alrededor de las 2:00 de la tarde logramos hacer nuestra prueba de sonido. Sobre la tarima, la carpa se volvió unas 10 veces más grande, y nosotros, unas cinco veces más pequeños. Aunque sin nervios por la soledad que se respiraba allí, Ronald nos dio las indicaciones y dejamos todo nuestro sonido como debería ser: guitarras con distorsión, pedales para acústicas, y esa cuestión de brillos, matices y ecos que no acabo de entender. Quitándonos un peso de encima, nos dedicamos a esperar a los otros concursantes.
Más o menos una hora después, el cielo se empezó a tornar más oscuro, y la lluvia se convirtió en granizo. La chaqueta y el camerino ya no eran suficientes para tapar el frío que nos helaba las manos. En un abrir y cerrar de ojos, el rededor de la carpa se había tornado blanco por causa del intenso granizo que azotaba fuertemente el techo de lona. Los participantes nos dedicamos a jugar con la improvisada nieve como si estuviéramos en Europa, o en Canadá. Hicimos muñecos de nieve, nos tiramos bolas, y esas cosas que suelen hacer los niños en invierno. Sin embargo, el juego no duró mucho.
El techo se tensaba cada vez más por causa del granizo que continuaba sin cesar. El hielo y el agua se empezaron a entrar por pequeñas hendiduras que le lograron hacer a la carpa, como pequeños intrusos que querían destruir el evento. Sentí un poco de miedo. El gran techo de lona cargaba tanto peso que ya no soportaba, y las hendiduras cada vez eran mayores. Los participantes empezaron a correr por todo el lugar, tratando de hallar un lugar seco. Me quedé paralizada, como en esos momentos en los que no sé qué hacer.
-¡Naty correte!- me gritó Juan Manuel, uno de los amigos de la banda, empujándome bruscamente hacia adelante
-¿Qué pasó? –le pregunté con el tono de tranquilidad, y a veces lentitud que me caracteriza, como si nada estuviera ocurriendo allí.
Sin poder acabar de pronunciar mis palabras, el techo de lona se vino abajo justo en el lugar en el que me encontraba. Los soportes temblaban, el techo estaba destruido y el piso cubierto de un hielo resbaladizo. Las personas corrían desesperadas. Sentí pánico por no ver a nadie conocido. Nos gritaron que corriéramos hacia la salida, pero por mi desubicación no la encontré. Finalmente vi a los de la banda, a quienes pude alcanzar y correr hasta la salida, donde la carpa se terminó de destruir. Y ahí estábamos, frente a la carpa que había acogido a tantos artistas, como si no hubiéramos sido lo suficientemente buenos para ella.
Con el escenario destruido, pero sanos y salvos, nos llevaron de vuelta al hotel. El camino se hizo más largo debido a la lluvia, mientras me invadía una inmensa preocupación mezclada con tristeza e incertidumbre. ¿Cómo podíamos ser tan de malas? Mi sueño estaba a un paso de esfumarse, todo por culpa del torpe e inoportuno granizo que no estaba de nuestra parte. Solo nos quedaba esperar. Aunque el tiempo en el hotel se hizo largo, agradecimos poder dormir un rato y tener a nuestras familias que se encontraban allí para darnos apoyo. Sin embargo, las horas se hacían cada vez más pesadas y largas. Hacia las seis de la tarde, nos contaron la noticia: aunque no íbamos a tocar en ningún coliseo gigante como la carpa cabaret, la discoteca Kúkaramakara nos esperaba con todo el gusto a las siete de la noche. Teníamos dos horas.
Luego de esa montaña rusa de emociones, volvimos a sentir felicidad. Nos arreglamos, las mujeres nos maquillamos y nos vestimos para el evento de modo que no se nos notara la fatiga. El bus nos volvió a recoger, esta vez, directo a la gran final en Kúkaramakara, esperando que nada malo sucediera.
La discoteca nos recibió con todo el calor que no habíamos podido encontrar en todo el día. Afuera, sin creerlo, había una fila de gente más o menos de una cuadra, esperando para entrar. Firmé un autógrafo, pero no pude evitar morirme de la risa y no tomarlo enserio. La discoteca se llenó de gente y el concurso por fin empezó. La barranquillera nos quitó ánimos por su voz casi celestial, demostrando que podía interpretar tanto ópera como música comercial. Juan Camilo nos hizo llorar con una canción religiosa, Tekila cantó dos éxitos de tropi-pop y otra banda nos sorprendió por su habilidad con los instrumentos.
Era nuestro turno. Y ahí estábamos. Ocho estudiantes comunes de colegio esforzándose al máximo por obtener un reconocimiento que para ellos significaba todo. Fatigada, pero todavía con la esperanza de cumplir un sueño, me colgué la guitarra, que combinaba con alguna prenda de vestir de color rojo previamente elegida. No me pesó en absoluto, pues la emoción no me dejaba pensar en nada más. Las luces se encendieron. Y la voz de Vero sonó más hermosa que nunca.
-¡Buenas noches kúkara!, estamos muy felices de poder acompañarlos hoy. Nosotros somos Grow Apart de Medellín. Las canciones que vamos a interpretar son: Utopía, compuesta por nosotros y Zombie, de Cranberries. ¡Esperamos que les guste!
De repente solo éramos nosotros: un piano, precedido por unas guitarras, un clarinete, un bajo, una batería y una voz que formaban un todo: Utopía. Juanca hizo su virtuoso solo de piano, donde bajaba su instrumento para que la gente pudiera ver lo que hacía. Les encantaba. Pipe, Mafe y yo, nos volvimos una única guitarra entre solos, ritmos y melodías, acompañados por el bajo de Lucas, que nos daba toda la fuerza. Camilo le dio su toque de intelectualidad a la canción con el clarinete y Zato, encerrado en un cubículo de vidrio, hizo vibrar el establecimiento, trasmitiéndole la energía de su batería, lo que nos hacía tocar más fuerte. Vero terminó de hacer el complemento perfecto con su hermosa voz.
Ya todo estaba hecho. Sin importar el premio que nos lleváramos, habíamos cumplido nuestro sueño. Como nos había dicho Ronald, éramos la mejor banda del mundo y nada iba a cambiar eso. Nos abrazamos, reímos y seguimos sintiendo la adrenalina corriendo por las venas luego de tocar. Nuestros amigos nos felicitaron, sentían el logro como suyo, y lo era, pues sin ellos no hubiéramos llegado hasta ahí.
Pero llegó la hora final. Yo estaba mucho más tranquila que en la final de Antioquia, pues ya sentía que había cumplido con todo. Me sentía totalmente satisfecha con nuestra actuación y sabía que la competencia estaba muy difícil. Los de la banda nos encontrábamos ahora de espectadores ante el jurado.
-Bueno, se llegó la hora muchachos- dijo el jurado
-Tranquilos, hicieron lo mejor- nos decía Ronald.
-En segundo lugar…¡Juan Camilo!
Nos alegramos. Era la mejor muestra de superación personal, pues pese a su incapacidad visual, había llegado hasta ahí con nosotros y se lo merecía todo. Pero la espera aún no había terminado.
-Y el ganador es… ¡Daniela Mass, de barranquilla!
La pelirroja con la mejor voz de todo el concurso salió orgullosa a recibir su premio tan merecido. Nosotros, algo aburridos pero seguros de que hicimos lo mejor, nos sentimos felices por ella.
No nos llevamos ningún trofeo, ni el dinero, pero sí el reconocimiento de que fuimos la mejor banda del concurso. Uno de los organizadores que nos cogió mucho cariño, nos confesó que escogían solistas porque les salía más rentable que una banda tan numerosa, lo que, para ser sincera, nos hizo sentir mejor.
Aunque no fuimos los ganadores, volvimos al hotel con la cabeza en alto, felices y seguros de que hicimos lo mejor. Allá recibimos más felicitaciones, abrazos y una buena comida por parte del concurso. Esa noche todo volvió a la normalidad. Nos reímos, hablamos, recordamos la trágica historia y casi sin darnos cuenta, estábamos al otro día de nuevo en el aeropuerto, con nuestra vida normal, rumbo hacia Medellín.
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